8 de marzo de 2022 | Internacionales, Nacionales.

Los testimonios de dos ucranianos y un argentino

Ucrania en primera persona: cómo es vivir en un país en guerra

Anabell Soto Ramírez, actriz y directora, hizo del sótano del teatro un refugio donde conviven 30 personas. El profesor Oleksandr Myahkov recuerda el shock de la primera sirena de ataque. Y José María Escobar, docente jubilado argentino, describe los primeros bombardeos. “Temblaba mi casa, pensé que los vidrios iban a explotar de la ventana, temblaba la pared».
La vida de millones de personas viviendo en Ucrania cambió para siempre desde el pasado 24 de febrero. En menos de dos semanas más de un millón y medio de personas dejó el país bajo el terror de los bombardeos del Ejército de Rusia. Las personas que permanecen en la exrepública soviética no tienen nada asegurado. Todo puede cambiar de un momento para otro.

Teatro como refugio
El primer día del bombardeo Anabell Soto Ramírez, actriz y directora teatral, quiso salir de Kiev hacia una de las ciudades al oeste del país, pero antes de tomar la decisión se acercó a ayudar a sus colegas. “Tenía que venir al teatro para abrir las puertas a amigos actores que no podían o no querían salir inmediatamente”, recordó. “Pero al hacer esto nos dimos cuenta de que había mucha gente local que quería bajar porque este lugar puede funcionar como refugio”, afirmó en referencia al sótano desde donde habló con PáginaI12. Soto Ramírez, de 27 años, también es editora de libros y profesora de castellano en la capital. Nació en Ucrania, aunque su apellido llega a Kiev desde el istmo centroamericano, de donde era su padre. “Toda mi vida estaba dedicada a la cultura y ahora mi vida está dedicada a ayudar a la gente en el barrio, y a tener miedo constantemente”, contó.

De pronto, pasó de vivir en su departamento a tener una convivencia con las familias que se refugian en el sótano del teatro. “Estamos aquí tratando de resolver cosas que pasan cada día. Cada día es diferente pero cada día también se parece al previo”, afirmó. Según Anabell Soto, unas 30 personas se encuentran en el refugio donde ella colabora. El número cambia constantemente. Esta semana una familia que llevaba varios días en el refugio decidió salir de la ciudad. También llegan caras nuevas. Aunque el común denominador es el miedo y la impredecibilidad del contexto bélico. “Siempre oímos explosiones, pero entendemos que no es una explosión de un misil que cae a la tierra sino que ya tenemos esta capacidad de diferenciar tipos de explosiones que oímos”, reconoció.

Seguí en vivo el conflicto entre Rusia y Ucrania
Ir al supermercado o a la farmacia son actividades que ocupan buen parte del día. “Hay pocas farmacias que están abiertas todavía entonces las filas son tremendas, hay que estar ahí más o menos dos o tres horas para comprar algunos medicamentos”, aseguró. Para Soto Ramírez esta resistencia es necesaria. “No quiero vivir en un país que se llama Rusia, quiero vivir en uno que se llama Ucrania. Que las condiciones de un acuerdo no signifiquen rendirse a Rusia”, afirmó. “Es por lo que estamos luchando, y rendirnos así sólo porque ya estamos cansados, bueno por ahora no estamos tan cansadas”, subrayó.

Días de guerra
También desde Kiev, Oleksandr Myahkov, de 31 años, intérprete y profesor de inglés, recuerda el shock de la primera sirena de ataque y el sonido de las explosiones que llegaban hasta el centro capitalino. “Los siguientes tres a cinco días eran muy parecidos: múltiples alarmas anti ataque al día, especialmente en la noche. Algunas explosiones, aunque lejos de donde vivo”, afirmó. Myahkov vive junto a su abuela de 86 años y su madre de 60. Con la pandemia de covid-19 pasó a trabajar de forma remota, una modalidad que mantiene bajo el actual contexto. Aunque los pagos son más difíciles de concretar. “A veces me dan una pequeña parte del pago pero decidí que igual voy a trabajar sin importar lo que pase sólo para no prestar atención a lo que sucede”, explicó. “Por ahora es mejor trabajar y distraerse de lo que pasa”, aseguró en diálogo con Página/12.

Por la edad que tiene, Oleksandr no tiene permitido salir del país porque si el conflicto escala será reclutado para pelear. “Por ahora no nos necesitan porque no sabemos cómo usar las armas, pero igual no podemos salir”. Su abuela de 86 años vivió su infancia durante la Segunda Guerra Mundial. “Me dijo que ahora es mucho más aterrador por la cantidad de información dando vueltas en la televisión y en Internet”. Las calles están militarizadas y los puntos de control son frecuentes incluso cuando los ciudadanos salen a comprar víveres. «Espero que todo esto termine, entiendo que somos víctimas de esta guerra», aseguró.

Un argentino en Dnipro
Hacia el sudeste de Kiev, Dnipro, la cuarta ciudad más poblada de Ucrania, se convirtió en un refugio interno para las personas que escapan de localidades que fueron bombardeadas como Járkov. Unos cuatro años atrás, el argentino José María Escobar llegó a la ciudad de un millón de habitantes. Escobar tiene 57 años, es docente jubilado y está casado con Margarita, a quien conoció en Ucrania. Vive a 15 kilómetros de Dnipro, donde en los primeros días de la invasión rusa hubo bombardeos.

Eran las cinco y media de la mañana. “Temblaba mi casa, pensé que los vidrios iban a explotar de la ventanas, temblaba la pared. Le dije a mi señora levantate porque parece que empezó”. En la calle la escena era de terror. Personas llorando, agarrándose la cabeza como para entender qué pasaba. “Gritaban voyna voyna, que en ruso quiere decir guerra”. El aire que siguió al bombardeo cerca de Dnipro estaba cargado. “Sentimos un olor en el aire medio picante, medio salado, estábamos asustados, pensamos que le habían pegado a alguna planta química”, recordó.

“Ya después no vi más los chicos jugando en la calle, el silencio de la ciudad es una cosa muy triste, no hay ruido de auto, de vida”, aseguró. “Y ahí empezó esa locura de la guerra que se devora la gente, la cultura”, lamentó. “No puedo planificar para mañana ni dentro de una semana, la guerra te cambia la vida», afirmó. Debajo de su casa tiene un sótano donde cada tanto baja por precaución. En los grupos de WhatsApp los vecinos avisan sobre novedades, si vieron algún tanque ruso cerca o si es seguro salir.

“Los misiles, los cañonazos no te piden pasaporte, si sos ucraniano, ruso o argentino”. En este momento Escobar aguarda a que su compañera regrese de dejar a sus nietos, Kirill de 9 años y Elisabeth de dos, en la frontera polaca, donde se encontrarán con sus padres. Luego, la pareja tiene planeado dejar el país y mudarse a la Argentina.

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