Los tratamientos interrumpidos, el aumento de la ansiedad y el aislamiento forzado pueden causar daños duraderos, especialmente a aquellos con enfermedades mentales preexistentes. Sin embargo, para otros, no tener que enfrentarse al “exterior” puede ser un alivio
La batalla para detener la pandemia de coronavirus, librada con distanciamiento social y aislamiento forzado, está cobrando un precio psicológico que algunos especialistas advierten que podría provocar otra crisis, una de salud mental.
La pandemia de coronavirus no solo ha amenazado la salud física de millones, sino que también ha causado estragos en el bienestar emocional y mental de las personas en todo el mundo. Los sentimientos de ansiedad, impotencia y dolor están aumentando a medida que las personas se enfrentan a un futuro cada vez más incierto, y casi todos han sido afectados por la pérdida.
El coronavirus ha sumido al mundo en la incertidumbre y las constantes noticias sobre la pandemia pueden parecer implacables. Todo esto está afectando la salud mental de las personas, independientemente de si tienen una enfermedad mental diagnosticada.
“En la práctica se observa que a aquellas personas que padecían determinados cuadros ansiosos sociales antes del brote, a las que lo que les producía un mayor componente de estrés era salir al exterior cotidiano (a su trabajo por ejemplo) y que lo hacían a expensas de mucho malestar, esta situación que teóricamente tendría que afectarlos mucho más, por lo contrario, los relaja”, explicó en diálogo con este medio la doctora Liliana V. Moneta, psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil, presidente honoraria del Capítulo de Psiquiatría Infanto Juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.
Para la especialista, se trata de una laxitud superyoica, con la cual se manejan para superar sus inhibiciones. “Algo así como que para realizar sus tareas rutinarias en el exterior deben armarse con defensas obsesivas para que puedan salvar sus inhibiciones. Claro está, al disminuir ese ‘deber ser’ se relajan y están ‘a sus anchas’ y por eso no les afecta tanto. En cambio, a aquellos que construyen la mayor parte de su andamiaje diario en el exterior, esto los afecta”, advirtió la especialista.
Sin embargo, una revisión reciente de la revista médica de estudios The Lancet sobre el impacto psicológico durante los brotes de SARS y Ébola mostró que la cuarentena puede desencadenar problemas como trastornos emocionales, depresión, irritabilidad, insomnio, síntomas de estrés postraumático, confusión y enojo. Algunos de los estudios sugirieron efectos duraderos.
Una encuesta de 52,730 personas de China, Hong Kong, Macao y Taiwán, realizada por psiquiatras del Centro de Salud Mental de Shanghai entre el 31 de enero y el 10 de febrero, sobre cómo la población se enfrentó durante el brote de COVID-19 encontró que casi el 35% de los encuestados experimentaron angustia psicológica.
“A veces la analogía se hace con la guerra. La diferencia con el tiempo de guerra es que las personas aún pueden reunirse como comunidades y establecer vínculos», dijo Dougal Sutherland, psicólogo clínico de la Universidad Victoria de Wellington, Nueva Zelanda, que el 25 de marzo comenzó cuatro semanas de autoaislamiento nacional.
El coronavirus ha transformado todo lo que creíamos saber sobre nuestra vida cotidiana y nuestra salud en una especie de mundo extraño donde las citas por FaceTime y las compras fundadas en el pánico son la nueva norma. Las encuestas muestran que las personas sienten que su salud mental está empeorando y los gobiernos y las organizaciones benéficas están inventando nuevas formas de tratar de limitar el daño psicológico.
Aun así, para Agustina Fernández, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, permanecer en la casa obligados por la cuarentena no es vivido por todos del misma modo. “Las características de personalidad de cada uno influyen en la forma de sobrellevarla, incluso de sufrirla. Hay para quienes la amenaza del virus les activa rasgos persecutorios propios y los lleva a extremar medidas de seguridad que se transforman en grandes rituales obsesivos cotidianos. Otros, con rasgos más fóbicos se sienten más cómodos y seguros permaneciendo en casa, sin verse obligados a interactuar demasiado, llevan mejor el poco contacto. Y aquellos que llevan un mundo social intenso, disfrutan de salidas y encuentros con otros, padecen esa limitación con mayor intensidad”, dijo en diálogo con Infobae.