El Papa Francisco proclamó hoy la santidad de Juan XXIII y Juan Pablo II y pidió ante un millón de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, que ambos pontífices sean inscritos en los libros de los santos de la Iglesia. En una ceremonia nunca antes vista en la historia de la Iglesia, y con un Vaticano invadido por miles de peregrinos de todo el mundo, la gran mayoría polacos, los dos sumos pontífices fueron declarados hoy santos por el ex arzobispo de Buenos Aires, ante la presencia de Benedicto XVI, papa emérito. Joseph Ratzinger, que recibió un fuerte aplauso cuando fue saludado por su sucesor con un abrazo -señal de que se concretaba la histórica jornada de «los cuatro papas»-, concelebró la misa solemne junto a 150 cardenales y 700 obispos.
En su sermón y luego de haber elevado al honor de los altares a sus dos predecesores tras leer una fórmula en latín, Francisco explicó el significado de la doble canonización.
«Los santos Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús», dijo. «Fueron dos hombres valientes, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia», agregó.
Como estaba previsto, la ceremonia -a la que asistieron más de 100 delegaciones de todo el mundo, entre las cuales la de la Argentina, encabezada por el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez y el canciller Héctor Timerman, entre otros-, empezó a las 10 (las 5 en la Argentina), con una procesión solemne, mientras se entonaban las letanías de los santos.
Pero en verdad, la ceremonia comenzó varias horas antes. Más allá de participar de una «noche blanca» de oración en diversas Iglesias del centro de Roma, cientos de miles de fieles de todo el mundo literalmente pasaron la noche en vela, acampando en la zona adyacente a la Via della Conciliazione. Las vallas para ingresar a la Plaza de San Pedro, de hecho, se abrieron a las 5.30, cuando varias columnas humanas empezaron a avanzar, en medio de empujones, algunos silbidos, pero siempre en un clima de fiesta.
Cientos de personas -ancianos, mujeres, niños pequeños-, esperaron en medio de una noche fresca y húmeda, recitando el rosario, cantando con guitarras, o intentanto dormir en bolsas de dormir y colchonetas tiradas donde hubiera espacio. El objetivo de todos era llegar a estar lo más cerca posible de la Plaza. Entre las banderas, ganaban por mayoría las rojas y blancas, de los polacos, que recorrieron más de 1500 kilómetros en auto, autobuses, trenes, en bicicleta y a pie, para no perderse un día histórico para su patria.
En su sermón, que pronunció en italiano, Francisco, subrayó que los dos nuevos santos «fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX». «Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios», dijo.
«En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a una «alegría inefable y radiante»», también destacó Asimismo, el ex arzobispo de Buenos Aires recordó que esa misma esperanza y alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, que vivía la «esencia del Evangelio», es decir, «el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad». Y subrayó que ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. «Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia», indicó. Y destacó que al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII «demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado». «Éste fue su gran servicio a la Iglesia: fue el Papa de la docilidad al Espíritu», sostuvo según informa La Nación.
Acto seguido, definió a Juan Pablo II como «el Papa de la familia». «Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene», agregó Francisco, al aludir al sínodo extraordinario sobre temas de familia que tendrá lugar en octubre próximo y en 2015.
«Que estos dos nuevos santos pastores del pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama», concluyó.
En la misa -que fue en latín, pero con lecturas e intenciones en diversos idiomas-, hubo un ambiente de gran recogimiento y oración.
Antes de rezar la oración del Regina Coeli, que reemplaza el Angelus después de la Pascua y que le puso el broche al «día de los cuatro papas», Francisco agradeció a los cardenales y obispos de todas partes del mundo presentes, a las delegaciones, a los organizadores y a los fieles llegados para estas «jornadas memorables». «Gracias a todos!», exclamó.